La Dirección de Salud Estudiantil de la Secretaría de Bienestar Universitario de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) presentó los resultados de una investigación que abordó la relación entre sus estudiantes y los juegos de apuestas, tanto presenciales como online.
Entre los principales hallazgos, se destacó que el 63% de los participantes reconoció haber jugado al menos una vez, aunque sólo un 2% lo hace con una frecuencia que podría ser considerada problemática. El 15% dijo que lo hace para ganar dinero.
Asimismo, la modalidad online —especialmente tragamonedas, casino virtual y apuestas deportivas— aparece como “la forma más elegida, por su fácil acceso y disponibilidad permanente”.
La principal motivación identificada no es el dinero, sino la diversión, la curiosidad o el deseo de nuevas experiencias. Además, la mayoría de encuestados manifestó una mirada crítica frente a estas prácticas.
Participaron del estudio más de 1.000 alumnos de grado y pregrado de la universidad mendocina. La edad promedio fue 25 años y hubo una mayor participación de mujeres.
Al respecto, la coordinadora de Salud Mental de la UNCuyo, Vanina Capelli, explicó: “Si bien la preocupación había emergido con fuerza en relación a adolescentes, necesitábamos saber si también impactaba en quienes transitan la vida universitaria, con sus propias dinámicas, desafíos y vulnerabilidades”.
“Nos preocupaba el modo en que la problemática de los juegos de apuesta en línea comenzaba a instalarse en los medios y en la sociedad, vinculada de manera casi automática, lineal con padecimientos psicopatológicos. En muchos casos, se hablaba de ‘ludopatía’ sin contar con evidencia suficiente para sostener afirmaciones tan contundentes”, prosiguió.
A partir de ello, Capelli apuntó a la necesidad de visibilizar una mirada más compleja sobre los consumos problemáticos: “Entendemos que hay múltiples causas que inciden, y que no toda relación con un objeto de consumo —en este caso, plataformas de apuestas online— es necesariamente una relación problemática”.
“Indagar el tipo de vínculo que establecen las personas con estos consumos resulta clave para no reducir el análisis a etiquetas diagnósticas simplificadas”, concluyó la especialista.